En una democracia el diálogo es el mecanismo comunicacional por excelencia;
el mensaje político (logo) puede vehicularse en ambas direcciones (dia) porque cada interlocutor (gobierno
y oposición) tiene la doble capacidad de receptor y transmisor, en el marco de
lo pautado y acordado en la Constitución y las leyes. Existe un equilibrio en
la capacidad comunicacional de los sectores opuestos; lo que no obsta para que
en situaciones excepcionales se requiera de un diálogo especial, habida cuenta
de la naturaleza y grado de la contingencia, como, por ejemplo, cerrar filas
frente a la amenaza totalitaria.
En los regímenes no democráticos el
diálogo se interrumpe, se deja de lado, o el Ejecutivo sólo recurre a él cuando
necesita apoyo para sus políticas ineficientes o impopulares; y en el caso de
las dictaduras desaparece por completo porque a la oposición le quitan, o se
deja quitar, su derecho y capacidad para dialogar con el Gobierno. Este
desequilibrio de los actores comunicacionales (uno transmite e informa; y el
otro recibe y acata) se traduce también en el desequilibrio de los poderes
públicos, en el que el Ejecutivo manda y los otros poderes obedecen. En la
Venezuela de hoy no es posible un diálogo entre el Gobierno y la oposición porque
ésta perdió la capacidad y el derecho de dialogar con aquél.
En Venezuela el diálogo político ha sido
minimizado y hasta irrespetado, lo que permite que un Ño Pernalete que mande en
la AN pueda enviar al cipote el diálogo y otras “exquisiteces del
parlamentarismo pequeño burgués”, sin otra consecuencia que la evidencia de su
condición de militar. Subsiste, sin embargo, un “diálogo político” en el marco
de una oposición colaboracionista, y que tiene como propósito la legitimación
del autoritarismo gubernamental y aliviar al Gobierno cargando con parte de la
culpa (a veces con toda ella) generada por los errores del Ejecutivo; es una
simple comparsa al servicio del gobernante de turno.
La responsabilidad por una oposición débil, derrotada y fuera de foco la
tienen quienes adversamos este gobierno sin haber podido hilvanar una
estrategia pertinente y exitosa; la responsabilidad por una oposición
colaboracionista la tienen quienes pretendieron, y todavía pretenden, que la
oposición más eficiente y económica es la que no se hace. Esperan que los
errores del Gobierno, o algunas circunstancias sobrevenidas, den al traste con una
revolución “Chacumbele”, la estrategia es esperar su suicidio; en un contexto
totalitario una oposición menos
colaboracionista no espera el cambio de gobierno, sino que lo provoca haciendo
que éste cambie; para lo primero hay que esperar hasta mañana; para lo segundo
se debió comenzar ayer.
La oposición colaboracionista, al no actuar (mutismo y falta de acción)
frente a situaciones concretas como la estafa de y a Cadivi con las empresas de
maletín, la Ley Habilitante, El Plan de la Patria, el saqueo de las tiendas de
electrodomésticos, “La guerra económica”, las devaluaciones, entre otras, produjeron un
vacío opositor que ha sido llenado, curiosamente, con fuerzas que provienen de
las filas del chavismo, especialmente las más cercanas a Aporrea.org. Todavía
la memoria de Chávez se convierte en dique que impide que las aguas se
desborden; pero, ¿por cuánto tiempo? Cuidado, Chacumbele es cada vez más
vulnerable y a la disidencia le falta poco para llegar a ser oposición.