Nos referimos a la marcha estudiantil opositora del 12-2-2014. Imprudente
no por haberla realizado, sino por no haberla planificado meticulosamente.
¿Significa esto que de haberse planificado no hubiese habido víctimas? Es
posible que sí, pero lo más seguro es que no, porque los colectivos están allí
para provocar, intimidar y agredir opositores, en consecuencia, su accionar
siempre deparará víctimas; en todo caso, una mayor planificación desnudaría las
acciones e intenciones del Gobierno con relación a la violencia. ¿Imprudencia necesaria?
Sí, porque “la gestión política de la
oposición no podía seguir metida en oficinas; tenía necesariamente que salir a
la calle” (1) y esto sólo se lograba con más pasión que razón.
Más allá de los estudiantes muertos, heridos y presos que por siempre habrá
que lamentar, la marcha nos dejó algunas enseñanzas que es preciso asimilar. A)
Acabó con la estrategia de “quietismo caprilista” y reivindicó la calle como el
principal instrumento de protesta cuando se enfrenta una dictadura que
ha conculcado todos los poderes públicos. B) La calle, como instrumento de
lucha política, no es un mecanismo estático; la oposición está obligada a
moldearla creando en cada caso suficientes salidas colaterales que eviten los
callejones sin salida. C) En cada oportunidad que se utilice la calle como
espacio de protesta la vestimenta de los transeúntes puede ser distinta, pero deben
estar uniformados en el propósito.
El Gobierno no es el principal obstáculo para que la oposición utilice la
calle, sino los “colectivos”. ¿No es lo mismo? No, los colectivos son grupos
armados amparados por el Gobierno, que gozan de autonomía, indispensables en la ejecución del trabajo
sucio sin tener que rendir cuentas y que, capucha mediante, diluyen la
responsabilidad individual en el grupo; fascismo ordinario, puro y simple. La
confrontación de la oposición con los colectivos es inevitable en cualquiera de
sus estrategias: chinchorro o calle, porque en el caso muy remoto que el CNE
admitiera una victoria de la oposición, ahí estarán los colectivos para negarla
y rechazarla; por eso hay que enfrentarlos ahora, aunque no con violencia sino
con inteligencia y creatividad.
La MUD descalifica la calle como espacio para la protesta, y nos propone una estrategia que difiera las
confrontaciones e hipertrofie paciencia y esperanza en espera de que el CNE nos
declare ganadores en alguna de las elecciones futuras; mientras, la oposición
disfrutará de un “merecido” descanso durante los próximos dos años. Hay quienes, sin embargo,
creemos que el llamado receso electoral (el término remite a reposo) no puede
ser una especie de año sabático para los partidos de la MUD y para la oposición
en general, pues ésta necesita, en lo inmediato, transformar la MUD, organizar
una verdadera unidad nacional que haga
cambiar al Gobierno (algo distinto a cambiar de Gobierno) en casos como: Venalidad
del TSJ, Ley Habilitante, Plan de la Patria y Guerra Económica, entre otras,
que la política “quietista “de la oposición academicista no ha sabido
enfrentar.
El rescate de la calle por parte de la oposición ha dilucidado el
pretendido dilema entre chinchorro y calle, pero ha dejado vigente la unidad de
partidos que, aunque cojitranca, es la base para la conformación de una unidad
superior, no partidista, no circunscrita a acuerdos entre Capriles y López,
pero clave para que la calle como
espacio de protesta pueda funcionar plenamente. El problema radica en que la
MUD, en sus estertores electoreros, pretende que para las elecciones
parlamentarias del 2015 los partidos de la oposición actúen en forma
independiente y, en este sentido, ya han comenzado a aparecer cuestionamientos
y rechazos a la tarjeta única. El éxito de la calle depende de que la oposición
la transite por una sola acera. La transformación de la MUD debe apuntar en esa
dirección: alcanzar la fórmula imperdible de Unidad-Calle.
(1)
Alonso
Moleiro. El derecho y el deber de protestar. TalCual. 15-2-2014.