La contienda
política venezolana ha sido caracterizada como una polarización entre el
oficialismo y la oposición; el primero como un gobierno fuerte que conquista lo
que quiere, y el segundo como una
institución débil que obtiene y tiene lo que el primero quiera darle. Sincerando
los conceptos, en nuestra opinión la polarización venezolana no refleja el
enfrentamiento entre una dictadura y una democracia, porque un espectro
político, la oposición, no reconoce todavía la existencia de la dictadura y
actúa en consecuencia. Así, la democracia juega el papel que todas las seudo
democracias practican: ceder al chantaje del militarismo sin uniforme, aunque sí
con guayabera. En una dictadura la democracia está obligada a enfrentarla,
incluso en el nivel de desconocimiento como lo exige el artículo 350 de nuestra
Constitución.
Según el DRAE,
algo es fallido cuando es “frustrado y sin efecto”, en consecuencia, calificar
como fallido al Estado venezolano supone atribuir a éste el alejamiento del
ejercicio responsable que caracteriza a una política democrática. Pero qué pasa
cuando se transita por una dictadura que, además, desde ya se nos vende como
una realidad que “llegó para quedarse”. Un Estado dictatorial no le puede
fallar a una democracia, so pena de incurrir en una flagrante contradicción.
Por lo contrario, una oposición que pretenda cohabitar con una dictadura le
está fallando a su contexto socio político natural: la Democracia. De ahí el
título de este artículo, porque la dictadura criolla no le ha fallado a nadie;
en cambio, la oposición venezolana nos ha fallado a todos y en todo, es decir, es una oposición fallida.
Una oposición que
pretenda restaurar la democracia debería, en nuestra opinión, polarizarla. O se
está con la democracia o con la dictadura; no caben “medias tintas” La oposición venezolana ha
elegido la cohabitación y, por eso, el devenir oposicionista de nuestra
política se ha convertido en un rosario de oportunidades fallidas. Si se quiere
rescatar la democracia es ineludible confrontar y derrotar la dictadura. ¿Cómo?
Polarizando la contienda y admitiendo sólo dos bandos: Democracia y Dictadura.
Para los demócratas, no importa si de izquierdas o derechas, lo que está
planteado es derrotar la dictadura mediante la organización y acciones
pertinentes. Nunca como ahora es imprescindible la unidad, la verdadera, la que
es capaz de renunciar a liderazgos
pendejos y ambiciones agalludas.
Confrontar
políticamente una dictadura supone, a más de una unidad opositora verdadera, el
ejercicio inteligente y valiente de los postulados democráticos porque la
dictadura jamás aceptará la derrota política y en buena ley. El comportamiento
actual del TSJ, al servicio de la dictadura, es la prueba más fehaciente de lo
que expresamos en el párrafo anterior. En este sentido el TSJ se ha permitido
eliminar, de hecho, a la Asamblea
Nacional mediante la permanente violación de la Constitución. ¿Pudo evitarse
tal situación? Sí, pero con una oposición diferente; una que pueda ceder a la
fuerza de la dictadura, pero jamás a la impunidad cómplice de una sumisa AN.
La AN, con el
respaldo de los votantes que los llevaron al parlamento, debería iniciar el
proceso de reformar la Constitución. Lo peor que le puede ocurrir a la poca
democracia que nos queda, es arribar al 2018 con el mismo andamiaje jurídico y
mafioso que todavía padecemos; la no reelección presidencial; el adecentamiento
del TSJ; un CNE que se atenga a su condición de árbitro; la inclusión del balotaje en la elección presidencial, son todas,
entre otras, medidas que deberán tomarse antes del 2018. Para esto no se
necesita permiso del TSJ, sino restearse contra la impunidad.