sábado, 18 de junio de 2016

¿Estado fallido, u oposición fallida?

La contienda política venezolana ha sido caracterizada como una polarización entre el oficialismo y la oposición; el primero como un gobierno fuerte que conquista lo que quiere,  y el segundo como una institución débil que obtiene y tiene lo que el primero quiera darle. Sincerando los conceptos, en nuestra opinión la polarización venezolana no refleja el enfrentamiento entre una dictadura y una democracia, porque un espectro político, la oposición, no reconoce todavía la existencia de la dictadura y actúa en consecuencia. Así, la democracia juega el papel que todas las seudo democracias practican: ceder al chantaje del militarismo sin uniforme, aunque sí con guayabera. En una dictadura la democracia está obligada a enfrentarla, incluso en el nivel de desconocimiento como lo exige el artículo 350 de nuestra Constitución.

Según el DRAE, algo es fallido cuando es “frustrado y sin efecto”, en consecuencia, calificar como fallido al Estado venezolano supone atribuir a éste el alejamiento del ejercicio responsable que caracteriza a una política democrática. Pero qué pasa cuando se transita por una dictadura que, además, desde ya se nos vende como una realidad que “llegó para quedarse”. Un Estado dictatorial no le puede fallar a una democracia, so pena de incurrir en una flagrante contradicción. Por lo contrario, una oposición que pretenda cohabitar con una dictadura le está fallando a su contexto socio político natural: la Democracia. De ahí el título de este artículo, porque la dictadura criolla no le ha fallado a nadie; en cambio,  la oposición venezolana  nos ha fallado a todos  y en todo, es decir, es una oposición fallida.

Una oposición que pretenda restaurar la democracia debería, en nuestra opinión, polarizarla. O se está con la democracia o con la dictadura; no caben  “medias tintas” La oposición venezolana ha elegido la cohabitación y, por eso, el devenir oposicionista de nuestra política se ha convertido en un rosario de oportunidades fallidas. Si se quiere rescatar la democracia es ineludible confrontar y derrotar la dictadura. ¿Cómo? Polarizando la contienda y admitiendo sólo dos bandos: Democracia y Dictadura. Para los demócratas, no importa si de izquierdas o derechas, lo que está planteado es derrotar la dictadura mediante la organización y acciones pertinentes. Nunca como ahora es imprescindible la unidad, la verdadera, la que es capaz de renunciar  a liderazgos pendejos y ambiciones agalludas.

Confrontar políticamente una dictadura supone, a más de una unidad opositora verdadera, el ejercicio inteligente y valiente de los postulados democráticos porque la dictadura jamás aceptará la derrota política y en buena ley. El comportamiento actual del TSJ, al servicio de la dictadura, es la prueba más fehaciente de lo que expresamos en el párrafo anterior. En este sentido el TSJ se ha permitido eliminar,  de hecho, a la Asamblea Nacional mediante la permanente violación de la Constitución. ¿Pudo evitarse tal situación? Sí, pero con una oposición diferente; una que pueda ceder a la fuerza de la dictadura, pero jamás a la impunidad cómplice de una sumisa AN.


La AN, con el respaldo de los votantes que los llevaron al parlamento, debería iniciar el proceso de reformar la Constitución. Lo peor que le puede ocurrir a la poca democracia que nos queda, es arribar al 2018 con el mismo andamiaje jurídico y mafioso que todavía padecemos; la no reelección presidencial; el adecentamiento del TSJ; un CNE que se atenga a su condición de árbitro; la inclusión del  balotaje en la elección presidencial, son todas, entre otras, medidas que deberán tomarse antes del 2018. Para esto no se necesita permiso del TSJ, sino restearse contra la impunidad.