miércoles, 6 de julio de 2016

No a la polarización; Sí a la polarización

En la política venezolana es difícil encontrar un término que concite tanto rechazo como el de polarización. El término se ha satanizado a tal punto que tirios y troyanos han consensuado lo negativo del concepto. ¿Cuál polarización? La que insurgió a la sombra del maridaje de laboristas y conservadores en el Reino Unido; Republicanos y Demócratas en los Estados Unidos; la que campeaba en Venezuela (Acción Democrática y Copey) durante la Cuarta República; o la que llegaron  a disfrutar los partidos españoles (PP y Psoe) durante la era “posfranquista”, entre otras.  Esta polarización descarta los terceros que en los últimos tiempos presentan una no desdeñable fuerza electoral.

El principal efecto negativo de esta polarización  es que te obliga, “sin obligarte”, a jugar al monopolio de la política. Ese espacio sustantivo en donde los contendores supuestamente deben oponerse sin que nadie pierda aunque haya derrotas;  correspondiendo a los sectores progresistas y “revolucionarios” el papel del polo “bueno”; cuyo principal antecedente fueron las barras “jacobinas” que durante la Revolución Francesa expropiaron, se adjudicaron y monopolizaron las consignas supuestamente progresistas. Por eso son pocos los que pregonan su filiación conservadora, todos se proclaman progresistas,  aunque en los últimos tiempos están apareciendo los conservadores genuinos, sin caretas y sin pudor, a lo Donald Trump, pero sin cambiar las reglas del juego.

Para los países latinoamericanos esas reglas de juego están contenidas en la Carta Interamericana de Derechos Humanos que caracterizan la Democracia Representativa. En el artículo 3 se esbozan y sintetizan los principios y compromisos que deben acatar los Estados miembros: Respeto a los derechos humanos y libertades fundamentales; sujeción al estado de derecho; celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal; régimen plural de partidos y; separación e independencia de los poderes públicos. Se puede apreciar, sin mayor esfuerzo, que la polarización política partidista es contraria al juego democrático, por eso debe decírsele NO a esta polarización.

Cuando los países insurgen  contra estos principios y compromisos se colocan al margen del sistema democrático; primero en un tímido desacato de las leyes  y, especialmente, de su respectiva  Constitución mediante un despotismo que al agudizarse se puede convertir en un ejercicio autoritario hasta alcanzar la práctica y estatus de pleno desacato de principios y leyes, es decir, de Dictadura. Dos ejemplos bastarán para corroborar lo expresado en dos de esos países. Uno es Nicaragua que ante la proximidad (noviembre de 2016) de unas elecciones presidenciales ha decidido eliminar de la contienda al único partido de oposición que participaría. ¿Qué nos importa? Nada, pero por si acaso la MUD debería “poner sus barbas en remojo”. El otro ejemplo nos lo proporciona el señor Maduro (Presidente de Venezuela) quien exclamó (el 1-7-2016) lo siguiente: ¡Asamblea Nacional prepárate para despedirte de la historia que tu hora  va a llegar! Que casualidad, la misma AN que derrotó ampliamente a Maduro el 7-12-2015.  

Para combatir esta plaga populista en América Latina es menester una unidad intransigente, aunque no tozuda, que  trascienda la individualidad partidista. En otras palabras, una unidad que polarice la lucha contra la dictadura. Con la democracia todo; con la dictadura nada; de ahí el título de este artículo aparentemente contradictorio: NO a la polarización; SI a la polarización. Por ahora, frente a la dictadura que nos agobia, es necesario que táctica y estratégicamente activemos la polarización “buena” porque es la única que en un plazo más inmediato nos pueda devolver  la libertad.