domingo, 20 de octubre de 2013

Legado indefendible e impracticable

En los últimos días Maduro ha venido tarareando de oídas, sin partitura, la melodía política que piensa ejecutar después que le aprueben la Habilitante; así, destacan la lucha contra la corrupción, el cambio de la política económica, el entierro del “cadivismo”, el aumento de la productividad y, por supuesto, con la ayuda semanal de José Vicente, meterle al imperio “las cabras en el corral”. Debemos confesar que compartimos los buenos propósitos que parecen animar al primer mandatario, aunque nos asalta la duda pues cada vez que hace esos señalamientos los enmarca dentro del legado que les dejara Chávez que, en mi opinión, es un anti valor, es decir, todo lo que no debe hacer un gobernante pretendidamente revolucionario. Veamos.

El gobierno chavista incrementó la corrupción en niveles de obscenidad; desde Antonini Wilson hasta las maletas de Air France el saqueo fue constante, notorio y, por ende, del conocimiento y aquiescencia del alto gobierno; el cambio de la política económica supone la aceptación del fracaso de la política del anterior gobierno, calificado por el ¿ex? chavista  Dieterich como: “colapso del modelo económico del Presidente Chávez” (www.aporrea.org); y  qué decir del “cadivismo”, un engendro genuinamente chavista, alabado por el líder, y del cual todavía se esperan, inútilmente, los nombres de las empresas de maletín y de sus emprendedores que realizaron la estafa del siglo; y de la productividad también hay que decir que fue autoría de Chávez, mediante los “exprópiese” y regaladera, el entierro de la misma.

Y he aquí la incongruencia, asincronía,  entre la pretensión de cambio (reformas y nueva ética según Maduro) y la guía y mecanismos que se instrumentarán para lograrlo: el legado de Chávez, porque sólo alejándose de éste se podrá enderezar entuertos y  emprender nuevos caminos. Así como los faros son ubicados en sitios peligrosos cercanos al puerto o a la ruta, que advierten a los marineros que deben alejarse de esos puntos para evitar el naufragio;  así el legado de Chávez debería guiar a la revolución bolivariana para que se aparte de una gestión que está a punto de hacer naufragar este proceso de transformación política iniciado en 1999. En definitiva, el legado es una desgracia nacional.


De ahí el sentido del título de este artículo: ni defendible ni practicable; de lo primero no es necesario abundar porque a cada rato y lugar es fácil tropezarse con la ruina física, moral y desesperanzada del país; ruina que nos afecta a todos (opositores y chavistas), exceptuando al grupo de  chavistas que ya tienen a buen resguardo sus fortunas mal habidas. Y no es practicable porque  este populismo bolivariano ya ha mermado su capacidad de reparto; y no por ausencia de bienes y riquezas pues un barril de petróleo a 100 dólares todavía permitiría un reparto sin apremios ni sobresaltos, pero son tan malos administradores que ni con la bonanza les alcanza.

sábado, 5 de octubre de 2013

Lo previo

El gobierno de Maduro, por su origen tan peculiar, ha generado una serie de expectativas sobre los cambios políticos que, ¿inexorablemente?, se avecinan. Entre los aspectos que más se trajinan en los sectores opositores se encuentra el advenimiento de una nueva Constituyente para restaurar a las instituciones su carácter democrático, e  instrumentar un proceso de transición que vaya gradualmente alejándonos de esta dictadura en ciernes;  mientras que en el sector oficialista, y algunos no polarizantes, se discute la fisonomía política y revolucionaria del nuevo gobierno  de cara a legitimar el  contradictorio  legado de Chávez.

Sin embargo, ni estos cambios son inexorables ni los que se den se harán en la forma prevista porque, previamente, los contendores nacionales (gobierno y oposición) deben ir e intentar  ganar las elecciones del próximo 8-12, cuyos resultados marcarán la clase de cambio que pueda ser posible ; por eso, todo lo que ahora se dice sobre “el pato y la guacharaca” de las propuestas anteriores no es más que hojarasca con pizcas de utopía; concentrémonos en lo previo: ir a unas elecciones y ganarlas. Dado que me considero opositor no por Capriles sino por Maduro, me permitiré comentar lo que considero el principal error de la MUD en las elecciones pasadas, a pesar del rendimiento electoral que ha venido exhibiendo.

Convencer a un opositor para que vaya a votar implica un fatigoso esfuerzo, al menos por dos razones: la MUD ha practicado una política de exclusión, y  algunos votantes sólo defenderán las instituciones democráticas cuando les garanticen el carácter democrático de éstas, es decir, cuando el CNE no haga trampas. Ilusos, este CNE está puesto ahí para convalidar el fraude, por eso, la mejor arma que tenemos contra él es la demostración de que fraudulento. Pero para demostrarlo es necesario obligarlos a que lo cometan; ¿cómo?, yendo a votar masivamente. Si te quedas en casa nunca podrás demostrar su carácter fraudulento, al contrario, reivindicarás al CNE.

La oposición no tiene, todavía, modo de saber cuando ha ganado o perdido. Durante la última  elección presidencial aquella (o más bien Capriles) proclamó su victoria sin aportar ninguna evidencia de la misma o, por lo menos, de que le hubiesen hecho fraude. La tradicional reclamación “con las actas en la mano” no pudo esgrimirse porque el líder opositor alegó que las actas son necesarias pero no suficientes para declararse victorioso o estafado. ¿Entonces cómo supo que había ganado?  De aquí en adelante el reclamo de Capriles (cuadernos, máquinas capta huellas y hasta el ventajismo de los motorizados chavistas) fue una verdadera cómica.

No aseveramos que no se hizo trampa, o hasta fraude; todo lo contrario, la angustiosa faz de Maduro y su balbuceante discurso durante la noche de los escrutinios sugerían, como en efecto sucedió, que había sido política y moralmente derrotado; pero la gestualidad y el “carómetro” no constituyen pruebas que permitan dirimir una contienda electoral.


 Lo que destacamos es que mientras no tengamos la capacidad de demostrar el fraude que antes, durante y después de cada elección comete el CNE,  la oposición no podrá ganar una elección; por eso no es suficiente, aunque necesaria, una avalancha de votos; es vital que se pueda demostrar el fraude, pues el contendor tiene cualidad de pillo y el árbitro  está vendido; y siempre hay que  recordar que: ¡fraude que no se demuestra, se legitima!