El gobierno de Maduro, por su origen tan peculiar, ha generado una serie de
expectativas sobre los cambios políticos que, ¿inexorablemente?, se avecinan. Entre
los aspectos que más se trajinan en los sectores opositores se encuentra el advenimiento
de una nueva Constituyente para restaurar a las instituciones su carácter
democrático, e instrumentar un proceso
de transición que vaya gradualmente alejándonos de esta dictadura en ciernes; mientras que en el sector oficialista, y
algunos no polarizantes, se discute la fisonomía política y revolucionaria del
nuevo gobierno de cara a legitimar el contradictorio legado de Chávez.
Sin embargo, ni estos cambios son inexorables ni los que se den se harán en
la forma prevista porque, previamente, los contendores nacionales (gobierno y
oposición) deben ir e intentar ganar las
elecciones del próximo 8-12, cuyos resultados marcarán la clase de cambio que
pueda ser posible ; por eso, todo lo que ahora se dice sobre “el pato y la
guacharaca” de las propuestas anteriores no es más que hojarasca con pizcas de
utopía; concentrémonos en lo previo: ir a unas elecciones y ganarlas. Dado que
me considero opositor no por Capriles sino por Maduro, me permitiré comentar lo
que considero el principal error de la MUD en las elecciones pasadas, a pesar
del rendimiento electoral que ha venido exhibiendo.
Convencer a un opositor para que vaya a votar implica un fatigoso esfuerzo,
al menos por dos razones: la MUD ha practicado una política de exclusión,
y algunos votantes sólo defenderán las
instituciones democráticas cuando les garanticen el carácter democrático de
éstas, es decir, cuando el CNE no haga trampas. Ilusos, este CNE está puesto
ahí para convalidar el fraude, por eso, la mejor arma que tenemos contra él es
la demostración de que fraudulento. Pero para demostrarlo es necesario
obligarlos a que lo cometan; ¿cómo?, yendo a votar masivamente. Si te quedas en
casa nunca podrás demostrar su carácter fraudulento, al contrario,
reivindicarás al CNE.
La oposición no tiene, todavía, modo de saber cuando ha ganado o perdido. Durante
la última elección presidencial aquella (o
más bien Capriles) proclamó su victoria sin aportar ninguna evidencia de la
misma o, por lo menos, de que le hubiesen hecho fraude. La tradicional
reclamación “con las actas en la mano” no pudo esgrimirse porque el líder
opositor alegó que las actas son necesarias pero no suficientes para declararse
victorioso o estafado. ¿Entonces cómo supo que había ganado? De aquí en adelante el reclamo de Capriles
(cuadernos, máquinas capta huellas y hasta el ventajismo de los motorizados
chavistas) fue una verdadera cómica.
No aseveramos que no se hizo trampa, o hasta fraude; todo lo contrario, la
angustiosa faz de Maduro y su balbuceante discurso durante la noche de los
escrutinios sugerían, como en efecto sucedió, que había sido política y
moralmente derrotado; pero la gestualidad y el “carómetro” no constituyen
pruebas que permitan dirimir una contienda electoral.
Lo que destacamos es que mientras no
tengamos la capacidad de demostrar el fraude que antes, durante y después de
cada elección comete el CNE, la
oposición no podrá ganar una elección; por eso no es suficiente, aunque
necesaria, una avalancha de votos; es vital que se pueda demostrar el fraude,
pues el contendor tiene cualidad de pillo y el árbitro está vendido; y siempre hay que recordar que: ¡fraude que no se demuestra, se
legitima!
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