En algunas
contiendas, por ejemplo el boxeo, suele utilizarse un tipo de juez que juzga pero
cuyo veredicto no es vinculante. Este personaje se encarga de orientar el
cumplimiento de los reglamentos y, en ocasiones, solicitar e imponer sanciones cuando la transgresión de
las reglas así lo ameriten. Todo esto para disminuir al máximo la posibilidad
de parcializaciones y/o falta de equidad al dirimir el final de la contienda.
Así, por ejemplo, la sede del evento
resulta crucial por la influencia que pueda generar un público cuando su equipo
juegue localmente, lo que los futbolistas llaman el jugador Número 12; en estos
casos se opta por elegir una sede neutral que garantice la idoneidad e
imparcialidad de la contienda.
Lo anterior viene
a cuento porque, a propósito del reciente plebiscito realizado en Colombia, nos luce que en la contienda FARC vs Gobierno
Colombiano el arbitraje de la contienda fue claramente parcializado a favor del
grupo guerrillero. Veamos. El Gobierno de Colombia que debió representar al
pueblo colombiano pero que al final solo le alcanzó para representar a un
sector de ese pueblo y el ego de Santos quien, al igual que Ricardo III, estaba
dispuesto a cambiar su reino por un caballo en el caso de Ricardo, y un Premio
Nobel de la Paz en el caso Santos; y lo consiguió, aunque “chucuto”. El obsequio de parlamentarios, por ejemplo,
solo puede entenderse en el marco de un negociador que está dispuesto a darlo
todo, siempre que le aseguren el Nobel
de la Paz.
En la selección
de quienes deberían ser los más imparciales fue en donde se generaron las
mayores iniquidades. Primero, se acordó como sede de las conversaciones a La
Habana. ¿A cuenta de qué? Porque hasta ahora La Habana se ha convertido en el
aliviadero “madre” de los diferentes grupos guerrilleros latinoamericanos, y,
en consecuencia, no es la sede más idónea para convertirse en asiento de un
proceso que exige una total neutralidad en su calidad de negociador. La Habana
debió ser considerada la menos indicada porque su sesgo ha sido históricamente
notorio. Solo una sede ideológicamente comprometida a favor de la guerrilla
pudo aceptar sin chistar el “obsequio” de parlamentarios y la impunidad ante
los delitos de lesa humanidad.
Con relación al
anfitrión y el grupo de notables que se comprometieron a desbrozarle a Santos
el camino hacia Oslo la parcialización no deja lugar a dudas. Raúl Castro es,
dentro del espectro latinoamericano, lo más lejano a un demócrata y lo más
cercano a una charada guerrillera. Mientras estuvo vivo Chávez no ocultó su
admiración por la guerrilla. Declaró en pleno Congreso venezolano la beligerancia de las FARC, y cuando Raúl Reyes fue asesinado por las fuerzas
colombianas dirigidos por Santos en calidad de Ministro de Defensa de Uribe,
Chávez amenazó con movilizar tropas a pesar de que el más afectado había sido
el Gobierno del Ecuador. Por cierto, Chávez no tuvo la oportunidad de pasar la
factura correspondiente, ¿dejaría el encargo a su pupilo Maduro?; quien, ¿por
casualidad?, formó parte de los garantes de los acuerdos.
Un balance muy
somero perfila desde ya unos resultados posibles, aunque también se asoman
algunas dificultades de esas que llaman de posiciones tomadas. Ya veremos. Por
de pronto, Santos se salió con la suya no tanto por lo que hizo sino por lo que
permitió. Se alzó con su Premio Nobel de la Paz, aunque bastante disminuido por
las circunstancias. El premio se quedó en Colombia, pero el tufo también. ¿Habrá nuevas conversaciones, o se continuará
con las ya iniciadas y derrotadas? Por ahora habrá nuevos escenarios y
protagonistas. Asoma Quito como nueva sede
y, por supuesto, Correa como anfitrión, ambos comprometidos
ideológicamente con la FARC pero en situación muy distinta a la anterior:
negociaciones diáfanas y públicas dado que Santos resultó un fiasco.