En los últimos días Maduro ha venido tarareando de oídas, sin partitura, la
melodía política que piensa ejecutar después que le aprueben la Habilitante;
así, destacan la lucha contra la corrupción, el cambio de la política
económica, el entierro del “cadivismo”, el aumento de la productividad y, por
supuesto, con la ayuda semanal de José Vicente, meterle al imperio “las cabras
en el corral”. Debemos confesar que compartimos los buenos propósitos que
parecen animar al primer mandatario, aunque nos asalta la duda pues cada vez
que hace esos señalamientos los enmarca dentro del legado que les dejara Chávez
que, en mi opinión, es un anti valor, es decir, todo lo que no debe hacer un
gobernante pretendidamente revolucionario. Veamos.
El gobierno chavista incrementó la corrupción en niveles de obscenidad;
desde Antonini Wilson hasta las maletas de Air France el saqueo fue constante,
notorio y, por ende, del conocimiento y aquiescencia del alto gobierno; el
cambio de la política económica supone la aceptación del fracaso de la política
del anterior gobierno, calificado por el ¿ex? chavista Dieterich como: “colapso del modelo económico
del Presidente Chávez” (www.aporrea.org); y
qué decir del “cadivismo”, un engendro genuinamente chavista, alabado
por el líder, y del cual todavía se esperan, inútilmente, los nombres de las
empresas de maletín y de sus emprendedores que realizaron la estafa del siglo;
y de la productividad también hay que decir que fue autoría de Chávez, mediante
los “exprópiese” y regaladera, el entierro de la misma.
Y he aquí la incongruencia, asincronía,
entre la pretensión de cambio (reformas y nueva ética según Maduro) y la
guía y mecanismos que se instrumentarán para lograrlo: el legado de Chávez,
porque sólo alejándose de éste se podrá enderezar entuertos y emprender nuevos caminos. Así como los faros
son ubicados en sitios peligrosos cercanos al puerto o a la ruta, que advierten
a los marineros que deben alejarse de esos puntos para evitar el naufragio; así el legado de Chávez debería guiar a la
revolución bolivariana para que se aparte de una gestión que está a punto de
hacer naufragar este proceso de transformación política iniciado en 1999. En
definitiva, el legado es una desgracia nacional.
De ahí el sentido del título de este artículo: ni defendible ni
practicable; de lo primero no es necesario abundar porque a cada rato y lugar es
fácil tropezarse con la ruina física, moral y desesperanzada del país; ruina
que nos afecta a todos (opositores y chavistas), exceptuando al grupo de chavistas que ya tienen a buen resguardo sus
fortunas mal habidas. Y no es practicable porque este populismo bolivariano ya ha mermado su
capacidad de reparto; y no por ausencia de bienes y riquezas pues un barril de
petróleo a 100 dólares todavía permitiría un reparto sin apremios ni
sobresaltos, pero son tan malos administradores que ni con la bonanza les
alcanza.