Todas las revoluciones sociales tienen una contra que sabotea, con mayor o
menor éxito, el proceso de cambio y
transformación. La bolivariana no ha sido la excepción, aunque presenta una
peculiaridad, propia más bien del ámbito latinoamericano, pues el saboteo lo
practicaron por igual “propios y extraños”, es decir, “contras y
revolucionarios”. En el caso venezolano pueden tipificarse tres tipos de
saboteos: el clásico, realizado por los opositores al cambio; el “endógeno”,
practicado a lo interno del proceso revolucionario; y el “virtual”, inexistente
en la práctica pero muy útil en política. Analizaremos someramente cada uno de
ellos.
La engendrada en el Samán de Güere y bautizada en la Constitución de 1999 fue
saboteada tempranamente por los contras antichavistas. El golpe de Estado del
año 2002 y la huelga petrolera del 2002-2003 constituyen los principales
exponentes del saboteo a que fuera sometida por parte de la llamada derecha escuálida.
Afortunadamente la acción saboteadora resultó fallida y, en vez de generar la
desestabilización que pretendía, produjo solidez y mayor respaldo político en
las filas del proceso revolucionario. En este primer momento el sabotaje
clásico no sólo fracasó, sino que resultó contraproducente para sus gestores.
Inspirado por esta victoria no trabajada el líder del proceso decidió cambiar
el propósito de la revolución y atribuyó a ésta la responsabilidad de
perpetuarlo en el poder, con la excusa de que sólo él podría hacerle frente al
saboteo clásico; paradójicamente, la estrategia seguida fue el saboteo endógeno;
así, saboteó: la Constitución al hacer
letra muerta sus principios de Gobierno democrático, participativo y
alternativo; el principio de soberanía e independencia de los poderes públicos;
la independencia política del estamento
militar; la moral del pueblo al comprar
su apoyo y castigar su disenso; finalmente, saboteó la soberanía nacional al
admitir la injerencia política de gobiernos extranjeros.
La muerte del líder dejó a la “revolución” huérfana de dirección e ideas lo
que incrementa el accionar ineficiente, es decir, multiplicación de errores y
fracasos que no pueden ser aceptados como tales por los administradores del
nuevo gobierno, so pena de ser considerados lo que son: revolucionarios
incapaces. La solución, al igual que en el lavado de dinero, es eximir de
responsabilidad y culpa a los hacederos de entuertos mediante el artificio de
convertir sus fracasos en delitos contra el Gobierno. En la mañana se realiza
la tropelía, y en la tarde, en el Noticiero de la Verdad, se le calificará de
sabotaje.
Lo cierto es que lavados y eufemismos no podrán ocultar los fracasos de
este y el anterior Gobierno (legado del principal y único responsable) dado el
tufo de incapacidad y corrupción que despidieron y despiden sus ejecutorias. Este
es el mayor saboteo que ha padecido la Revolución Bolivariana, que no podrá regresar a la senda democrática
y progresista mientras no se denuncien y alejen del Gobierno a los corruptos
VIP y a sus operadores financieros (léase testaferros).
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