De niño siempre pensé que las monarquías representaban el poder omnímodo;
es decir, los reyes eran dueños de vidas y haciendas y disfrutaban de
privilegios que otros mortales sólo podían envidiar; más tarde, en el liceo
Fermín Toro, cuando comenzamos a cuestionar la historia anecdótica de Nectario
María, pudimos ver que hubo reyes pobres como la reina Isabel La Católica quien tuvo que empeñar sus joyas para
costearle el viaje a Colón. Los monarcas conservaron algunos privilegios pero,
definitivamente, perdieron el poder. Los pueblos (soberanos) y los monarcas
europeos fueron igualados mediante el ejercicio de la democracia.
Un buen ejemplo de lo anterior es lo que está pasando con la monarquía
española; la hija del rey ha sido imputada de fraude fiscal y blanqueo de
dinero, ante lo cual, la Casa del Rey se limitó a proclamar sus respetos a las
decisiones judiciales. Es posible que la sangre no llegue al río porque, como
escribí antes, los monarcas todavía conservan ciertos privilegios; pero ese
tratamiento judicial igualitario demuestra una democratización de la justicia
que no es fácil de encontrar en nuestras democracias latinoamericanas; en este
sentido, no resistimos la tentación de contrastar el ejemplo español con el
nuestro.
¿Se imaginan ustedes a la Fiscal General imputando por fraude y blanqueo a
un prominente miembro del Gobierno? Jamás, excepto que el indiciado haya sido
acusado previamente por el Jefe de Estado; en todo caso, y en el supuesto
negado de que llegara a suceder, con seguridad sería despedida del cargo. Y qué decir si los acusados fueran hijos de
los prominentes ya aludidos; peor, porque además del despido ella sería
encarcelada en el mismo calabozo en el que tienen a Simonovis y, con seguridad,
los hijos de los combatientes y “combatientas” continuarían jugando Monopolio
con dólares de verdad y de Cadivi (o del nuevo Centro Nacional de Comercio Exterior). En otras palabras, en la “democracia
venezolana” los gobernantes y sus familiares son monarcas del siglo XXI.
¿En cuál de las dos formas de gobierno (monarquía europea o “democracia
venezolana”) hay más presencia de privilegios indeseables? En nuestra
seudodemocracia, sin lugar a dudas. Entonces, ¿por qué los sectores más
afectados negativamente por estos aberrantes privilegios apoyan las políticas
gubernamentales? Porque carecen de una oposición que ayude a desalienarlos (*),
con permiso de nuestra ex ministra
“experta” en alienación, que permita develar “quién es quién” en este Socialismo
Siglo XXI. Alienado es quien vota por los chavistas “porque así lo hubiera
querido Chávez”; quien acepta que lo envíen a robar unos electrodomésticos
“porque así combatimos al Imperio”; quien no le importa que los combatienticos
y sus progenitores saqueen el país porque “así es que se gobierna”.
La desalienación consistirá en develar el carácter no democrático del
actual gobierno; en consecuencia, deberá constituir la agenda y prioridad de la
nueva oposición; y decimos nueva porque la MUD ya no puede seguir representando
a la oposición sobre la asunción de que el Gobierno es democrático; mientras no
haya separación de poderes este Gobierno no puede considerarse democrático y,
en consecuencia, no debe ser tratado como tal; no se trata de declararle la guerra
al Gobierno, sino a las violaciones a la Constitución y al abuso de poder. Por eso, develar el carácter dictatorial del
régimen supone: explicar al país y al mundo las violaciones y los abusos, y
luego realizar las correspondientes acciones de resistencia. La desalienación
asegura una oposición sin retrocesos y a prueba de “saltos de talanquera”
(*) En este contexto concebimos la Alienación: “Como el proceso mediante el
cual un individuo o colectividad transforman su conciencia hasta hacerla
contradictoria con lo que cabría esperarse de su condición…sustituye la
realidad por el discurso de otro” (www.claseshistoria.com)
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