Rasgos que exhibió el Jefe de Estado durante la alocución televisada del
30-12-2013. Primero se burló con un juego de palabras (amnistía y amnesia) de
lo que supuso un intento de la oposición por montar un “show” publicitario con
relación al caso de Simonovis. Lo curioso es que la amnesia sobre el golpe de
Estado de 2002 no es la única que campea, también a los funcionarios de Cadivi,
y al propio Rodríguez Torres, se les olvidó, entre otras cosas, cuáles fueron
las empresas de maletín que estafaron a la nación veintidosmil millones de
dólares, sólo por mencionar un bache de la memoria corta del venezolano. Por
cierto, ¿quién era el presidente en aquel entonces?
Luego pasó de la burla al cinismo y la crueldad al asegurar que una medida
de gracia a favor del prisionero no depende de él sino del sistema de justicia
que, como sabemos, es de lo más “autónomo e imparcial”. He ahí el caso Afiuni,
condenada por toda la eternidad porque su juez y verdugo se fue para esa sin firmar
la boleta de excarcelación; y, además, aderezó puerilmente su alocución al
atribuirle temblor y nerviosismo al alcalde que, supuestamente, tembló ante él
al estrecharle la mano, aunque ya haya evidenciado suficiente guáramo en su
haber, al haber derrotado electoralmente a dos connotados sigüíes del régimen:
Aristóbulo y Villegas.
Que el señor Maduro se exprese y exponga de ese modo ante el país, no es de
extrañar porque este es un estilo heredado al cual el señor Maduro pretende
guardarle eterna fidelidad; pero al reparar que la alocución se hizo en su
condición de Jefe de Estado, no se puede menos que compadecer a Venezuela por
tener gobernantes que no hacen distinción entre el coloquio y el discurso. El
señor Presidente tiene el derecho a negarse a atender las solicitudes de gracia
o indultos, pero no tiene ningún derecho a burlarse ni de la solicitud ni del
solicitante. Para ser reconocido como un Presidente, no basta con ser elegido,
para serlo hay que actuar como tal; de otro modo, se envilece el cargo.
Pero estos gobernantes devenidos en dictadores “tapa amarilla”, llegan a
serlo por la abulia y miedo de quienes deberíamos enfrentarlos: la oposición. No se trata de ensangrentar las calles, como
en forma dramática y taimada lo presenta la oposición academicista, sino de
negociar todo lo que la ley permita y rechazar y desconocer lo que ella no
admita. Por ejemplo, se puede y se debe
trabajar con los alcaldes y gobernadores oficialistas, pero rechazar y
desconocer a los “protectores villeguitas”. El Plan de la Patria y la
envilecida actuación del TSJ son otros espacios que ameritan rechazos y
desconocimientos no negociables.
Estos rechazos y desconocimientos en defensa de la Constitución sólo serán
posibles si la oposición se reorganiza y comienza a trabajar, desde ya,
confiando sólo en sus propios “hígados y testículos”. Si se quiere hacer algo
por Simonovis hay que comenzar por inventariar el respaldo con que cuenta la
solicitud de su liberación; hay que hacer y firmar listas que nos permitan
saber cuántos somos y, a partir de ahí, comenzar a crecer. Cuando eso se haga,
las burlas del señor Maduro se convertirán en muecas, y entonces, sólo
entonces, el Jefe de Estado se verá obligado a adecentar el discurso del Poder
Ejecutivo.
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