Los recientes diferendos entre Guyana y Venezuela con motivo de la
reclamación del Esequibo, ha generado en
el país la solidaridad automática con las medidas adoptadas por el Ejecutivo.
No cabría otra cosa, siempre que se confiara en la capacidad técnica y política
del actual gobierno para tratar el asunto de Guyana; pero no es así. Primero,
la posición de Venezuela con relación a este asunto deja mucho que desear. El “Gigante”
se empequeñeció al máximo cuando en su compra de votos y conciencias declaró lo
siguiente: “El asunto de El Esequibo será eliminado del marco de las relaciones
sociales, políticas y económicas de los dos países” y “el gobierno venezolano
no será un obstáculo para cualquier proyecto a ser conducido en El Esequibo, y
cuyo propósito sea beneficiar a los habitantes del área”(1). Ayer la motivación
fue electorera, y hoy también.
Se podrá argumentar que la era de Chávez es una y la de Maduro es otra; sin embargo, las comprometedoras
declaraciones de Chávez fueron apoyadas por Maduro en su condición de militante
del Psuv, y ahora defendidas en la era postchávez en el marco del mantenimiento del legado del caudillo, del
cual Maduro es su más fiel exponente. Pero las cosas y las gentes cambian, ¿se
ha cambiado de política con relación a la defensa del Esequibo? Creemos que no;
se emite un decreto (1787) del cual parece emanar un tufo electorero: mejorar
la imagen política del Presidente sacando a relucir el patrioterismo criollo;
mas no lo logran pues el decreto evidencia tal improvisación e ignorancia que
no le permiten ser eficiente; al contrario, acrecienta el rechazo de los
vecinos y el malestar de toda la región.
No queda otra que derogar el decreto 1787, para lo cual, y aunque usted no
lo crea, primero se modifica y luego se sustituye por el decreto 1859. Hasta
aquí, y en lo que respecta al reclamo de El Esequibo, no hay mucho por lo cual
se deba felicitar y arropar a Maduro, de hecho, en un primer momento hubo
muchos que se ilusionaron con la emisión del decreto 1787 para luego
desencantarse en la promulgación del mismo. Si Maduro quiere abanderar cambios
sustanciales en la política exterior, así como en otras áreas de la política
nacional, debería considerar que la política chavista desarrollada hasta ahora ha
sido un verdadero fracaso; mantenerlas es ahondar en el error. No puede
pretender apoyo para políticas erráticas e instrumentadas por profesionales
cuasi analfabetas.
La intención de la nueva postura frente a Guyana no está exenta de una
motivación electorera: hacer sonar tambores de guerra para reclamar un apoyo
irrestricto montado sobre la ola de un patrioterismo trasnochado, al igual que
hizo Galtieri en la Argentina durante la guerra de Las Malvinas; de ese modo se
pone en “tres y dos” a la oposición, es decir, si respalda el desatino chavista
se hará cómplice de las burradas antes comentadas, y si no las respalda,
entonces se le endilgará el calificativo de traidor. En la lucha contra las pretensiones guyanesas Venezuela cuenta con un ejército
(sin uniformes pero con más guáramos que aquellos) que será apoyado
irrestrictamente sin que nadie se lo pida: las Universidades. Sí, esas
universidades (oficiales y privadas) que el gobierno de Maduro ha vilipendiado,
emboscado y arruinado. Si Maduro quiere ganar la guerra de Guyana deberá
incorporar al campo de batalla al ejército de la academia. ¿Querrá?
(1) Chávez,
febrero del 2004. Declaraciones desde Guyana.
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