Esta fue la sentencia con la cual nos anatematizó nuestro nuevo ministro de
economía, es un virtual engendro capitalista, lo cual es cierto, que vino al
mundo para amargarle la existencia a las “sanas y prósperas” economías
socialistas. De ahí que también son virtuales sus primas hermanas: la
corrupción con su correspondiente impunidad,
la escasez, la improductividad, la ausencia de libertad y la dictadura y
su disfrute, de lo cual no habría porqué preocuparse porque tampoco existen,
salvo cuando te decides a adquirir un bien, contratar un servicio o solicitar
libertad y justicia. Sólo en esos momentos nos enteramos que disfrutamos, a
juro, del paraíso socialista.
Mas, dicho así pareciera que abogamos por el otro paraíso: el neoliberal.
De ningún modo, porque ambos paraísos no pueden ocultar sus malezas. La salida (nada
que ver con la de Leopoldo y María Corina) no puede ser la hegemonía de un
triunfador sino una equitativa dosis de lo uno y de lo otro. En este sentido
luce pertinente citar a Paracelso quien con alusión al daño de los venenos
decía: “Nada es veneno, todo es veneno; la diferencia está en la dosis” (Blog.
César Villarroel, “Venenos necesarios”, 16-9-2014). Ambos sistemas son
venenosos pero necesarios, pretender la hegemonía de alguno de ellos es luchar
contra la corriente que, actualmente,
corre a favor del modelo capitalista. En la posología política equilibremos las
dosis para poder resistir el veneno.
Después de la debacle oficialista en la elección del 6-D, el proceso más
relevante, tanto para los oficialistas como para los oposicionistas, convergió
hacia la necesidad de un cambio. No parecía haber dudas al respecto, sólo se
difirió su oportunidad para después de la toma de posesión de la AN el
5-1-2015. Llegó la toma de posesión de la nueva AN, y con ella todas las escaramuzas propias de
un cambio político institucional tan trascendente y radical, pero las
iniciativas para discutir los cambios en la economía y en el proceso
democratizador no han aparecido en ninguno de los bandos. Solo aparece un
atisbo de cambio pero sin cambiar; así, aparecen caras nuevas pero que no
vislumbran ni rectificación ni cambio, sino todo lo contrario ¿Será que Maduro
cree que lo está haciendo bien? Si este fuese el caso habría que arrimarle el
perolito para ver si atina.
Que el Gobierno no quiera discutir lo básico de nuestra economía
(inflación, improductividad, debilidad del signo monetario, entre otros) no es
una novedad; es lo que han venido haciendo durante dieciséis años, la ruina de
nuestra economía así lo atestigua; pero que la oposición acompañe, a ritmo de
desidia tal política, es imperdonable. En la última elección (5-E) la oposición
recibió el mandato de más de siete millones de electores para que se ventilara
con carácter de urgencia la posibilidad de un cambio sustantivo, especialmente
en lo económico. Para esto no se
necesita permiso de TSJ, ni de Maduro, ni de Cabello sino de los casi
ocho millones que favorecieron la opción opositora. Si Gobierno y oposición
pueden acordarse, bienvenidos sean; si no que la mayoría decida.
Pero la oposición, por su parte, parece estar cediendo la iniciativa con
relación a la necesidad del cambio y a su inmediata discusión. El debate sobre
la economía no admite más demora y si los asuntos se van a poner en fila india
para ordenar la discusión, el debate de lo económico debe figurar a la cabeza
de la fila. No se trata de que sólo se discuta lo relativo a la crisis
económica, sino que se le dé la prioridad que amerita. El pueblo votó en forma
abrumadora por la MUD porque ésta le garantizaba el cambio. Hay que poner las
cartas sobre la mesa para que el pueblo pueda valorarlas y apoyarlas; así podrá
desenmascarar, en ambas trincheras, a quienes
hacen propuestas sin cambios.
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