En efecto,
después de la apoteósica victoria de la
oposición en las elecciones de la AN (7-12-2015) la nueva Asamblea Nacional ha tenido un comportamiento
inexplicable e inaceptable. Lo primero porque no hay explicación para que el
nuevo poder haga mutis después de haber triunfado con una ventaja superior al
66%; tanto, que se dejó robar (inhabilitar) con total impunidad la mayoría calificada que la oposición había
obtenido en las urnas. De ahí en lo adelante, todas las iniciativas de la AN
han sido bloqueadas con éxito por parte del TSJ, poder sumiso ante el soborno y
la represión. Lo inexplicable no es la violación de la ley, al fin y al cabo
padecemos una dictadura, sino la impunidad con la que se actúa y la oposición lo
permite.
Y es que la nueva
asamblea es la responsable de la impunidad que estamos registrando y
comentando. Es cierto que no es fácil
enfrentar una dictadura que no sólo está apoyada por las armas de los
militares, sino por grupos de la delincuencia organizada, pero la calle y los
organismos internacionales siguen siendo espacios válidos para la protesta,
como ocurre con la gestión de Almagro, quien protesta más que la MUD; y el abandono de la calle y de los millones de votantes que se creyeron que las dictaduras pueden ser
académicas. Se trata de aislar y
desenmascarar la dictadura, para después derrotarla.
En la situación actual la nueva AN no es capaz
de protestar nada. ¿Qué sentido tiene,
entonces, que los opositores defiendan leyes y decisiones que luego el TSJ va a objetar impunemente? Mejor sería no
tomar la decisión que seguir desacreditando a la AN con su inacción La
situación actual me recuerda a un personaje del
Carúpano de mi niñez quien, ante situaciones no creíbles por lo
inexplicable, solía acuñar el estribillo de “Ta puteao”. La nueva asamblea también está puteada por su falta de credibilidad.
Su accionar es inaceptable,
porque la aceptación de tal política supone la permisividad de la actuación
dictatorial. Aceptar calladamente los abusos del TSJ que, en realidad, se le
endilgan a este tribunal aunque el verdadero responsable es el Ejecutivo, porque
aquel es un adlátere de éste ya que no
existe en Venezuela la separación o independencia de poderes. Si se continúa por esta vía, y de este modo,
será el TSJ el que decida el control de cualquier proceso electoral que en lo
futuro se active en el país, y no valdrá caudal de votos ni de buenos
candidatos, porque la dictadura para entronizarse no necesita de mayorías sino
de falta de escrúpulos.
La oposición de
la nueva AN si tiene posibilidad de
enfrentar con éxito la dictadura chavista, pero debe hacerlo con base en
inteligencia y coraje. Lo primero supone el control de las apetencias
partidistas y el uso habilidoso del manejo de sus fortalezas; lo segundo,
enfrentarse a quienes desde el Psuv y de la MUD boicotean los esfuerzos
unitarios al afanarse en la búsqueda de líderes en lugar de un liderazgo
unitario.
Todavía la
oposición no ha jugado sus mejores cartas; su diputado No. 113 está listo pero no lo han dejado y , por
eso, no ha podido llegar a la calle que es donde debería estar, aunque no cuenta, aún, con planes que revelen la presencia de
tácticas y estrategias que aseguren su eficiencia y eficacia. Más temprano que
tarde habrá un enfrentamiento entre las fuerzas
democráticas y las dictatoriales y tendrá que concluirse que a la democracia,
para llegar a ser tal, no le bastaría con una legitimidad de origen sino que
sería necesario, y a lo mejor indispensable, una legitimidad de desempeño. Como reza el
refrán castizo: Para hacer tortilla, hay
que romper huevos.
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