Parece que en
Latinoamérica el sol de las dictaduras
ha venido declinando. Quedan algunas de rancio abolengo cuyas prácticas no solo
se mantienen sino que se pretenden justificar, como las cubanas (Castro I y
Castro II). Sin embargo, otras de más reciente data como la de Erdogan y Maduro
siguen fieles al legado de la dictadura militarista, y han resucitado la saga
totalitaria, masacres mediante, el primero por exhibir y cacarear la masacre
realizada, y el segundo por prometer emular al primero en ese aspecto, cuando
se presente la oportunidad.
Otras dictaduras
se disfrazan de democracias, como la de Putin en Europa, con solo pregonar su
adhesión a alguna característica
democrática; por ejemplo, la prueba
irrefutable de su condición liberal es,
para algunos, la práctica de elecciones
periódicas que curiosamente siempre deben ser ganadas por el dictador de turno,
manteniendo el principal propósito de toda dictadura: perpetuar en el poder a
su líder. Son las neo dictaduras. En sus buenos tiempos Chávez exigió a
sus partidarios que, por escrito,
renunciaran a la posibilidad de competir electoralmente contra él. Quienes desoyeron el mensaje, como el
general Isaías Baduel, todavía pagan prisión por ese desliz.
Venezuela es una
de esas neo dictaduras que compraron su membresía y pretendido carácter
“democrático” a fuerza de petróleo y dólares; de hecho, no se le debe
escamotear a Chávez la paternidad del modelo en Latinoamérica, lo que ha
permitido un remanente neo dictatorial de gobiernos como el de Rafael Correa en
el Ecuador; Ortega en Nicaragua; Evo Morales en Bolivia (frustrada); y Nicolás
Maduro en Venezuela. Pero dos acontecimientos ensombrecieron en Latinoamérica la
época dorada de las neo dictaduras: la muerte de Chávez y la caída de los
precios del petróleo. En América Latina
las neo dictaduras están de regreso; sólo
dos países del grupo antes citado se resisten a unas posibles reformas democráticas:
Nicaragua y Venezuela; y de las dos es Venezuela la que está llevando la peor
parte porque sus conductores políticos
se niegan, tozudamente, a rectificar.
La lucha contra
la neo dictadura venezolana, como con
cualquier otra, pasa por enfrentarla con una unidad opositora que permita
aislarla y, al mismo tiempo, nuclear a las diferentes fuerzas democráticas que
la apoyan. Lamentablemente, en Venezuela la oposición está bastante lejos de
ofrecer una unidad como la descrita y deseada. El liderazgo opositor parece no
haber entendido que la dictadura no es sólo un grupo político más que compite
con sus pares partidistas, sino el grupo político que toda democracia está
obligada a enfrentar. El problema radica en que las neo dictaduras se disfrazan
y guarecen en el cobijo democrático, aunque su accionar revele un
comportamiento radicalmente distinto al de esta última. Venezuela es un caso
emblemático de estas democracias postizas.
En el caso
venezolano el guión seguido fue el siguiente: controlar los poderes públicos
que ameritaban para su administración una total imparcialidad (AN, TSJ y CNE),
especialmente la que concierne a la indeterminación de la reelección presidencial; y si ésta no se da de manera natural,
entonces se recurrirá al soborno, chantaje, represión y cualquier otro
mecanismo que permita mantener en el poder, reelección mediante, al pichón de
dictador en ciernes. El modelo no es
nuevo ni único, en Asia lo practican con mucho fervor los gobernantes de Corea
del Norte, Putin hace lo propio en Europa, y ya hemos nombrado los especímenes suramericanos
de ayer y de hoy.
Con base en lo
anterior es dable concluir que las principales batallas que deberán librarse en
Venezuela en defensa de la democracia tendrán sus desafíos más importantes a lo
interno del propio grupo opositor, al hacer que éste llame y considere a la
dictadura como tal. De otro modo las fortalezas de las democracias resultarán
ineficientes e ineficaces porque las dictaduras no respetan el juego
democrático. Ejemplo, el 6-12 de 2015 se eligió una Asamblea Nacional que la
oposición ganó con un 66% de los curules, pero que la dictadura rebanó y
aporreó a su gusto sin que la oposición reaccionara. Ahora el oficialismo se
burla de la oposición y la Constitución al retardar los lapsos para activar un
revocatorio al Presidente Maduro. Es el momento de reaccionar. ¿Cómo? Enviando
al Gobierno un ultimátum, que si es desatendido genere la rebeldía nacional y
el desconocimiento del CNE, con base en el 350.
Pareciera que
detrás de esta propuesta se esconde un propósito belicista. Nada que ver. No
tenemos ni intenciones ni medios para
acariciar acciones de violencia; pero es la última oportunidad que tiene la AN
para hacer respetar la Constitución. En la escaramuza política que se avecina
debe quedar claro, nacional e internacionalmente, que si no se realiza el
revocatorio en el 2016 es por culpa del Gobierno y de nadie más. Pueda que no
se dé el revocatorio dentro de los lapsos previstos en la Constitución, pero se
restaurará la independencia de uno de los poderes más importante: el
Legislativo (AN). La opinión internacional sólo espera que la oposición
venezolana fije la pauta; el pueblo de Venezuela también.
En el marco de
las tácticas y estrategias es posible concebir un espacio de cohabitación entre
ambas formas de gobierno, pero quedando claro que el propósito fundamental e ineludible de cada
uno es la transformación del otro, para lo cual es necesario un equilibrio de
poderes. Por eso, en la lucha contra un
déspota es imprescindible contar con una unidad
a prueba de trácalas y dispuesta al sacrificio; que sin eufemismos ni
medias tinta llame a las cosas por su nombre, pero con la inteligencia
suficiente que amerita la tarea que se le ha encomendado.
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