lunes, 11 de marzo de 2013

¿Dinastía chavista?


Según el DRAE, una acepción de dinastía es: “Familia en cuyos individuos se perpetúa el poder o la influencia política...”; esa perpetuidad se asegura con un mecanismo sucesoral que garantice la permanencia en el tiempo del poder o influencia que se pretenda eternizar. Su marco natural es la monarquía y su mecanismo más frecuente el nepotismo; sin embargo, al abolirse la monarquía en la mayoría de los países donde existía, las dictaduras y los dictadores sustituyeron a aquéllos.

Los mecanismos sucesorales varían desde reyezuelos con título de presidentes, como la dictadura de Kim II Sum quien, a pesar de haber muerto, todavía la Constitución de ese país lo reconoce como Presidente de Corea del Norte, y a sus hijos (solamente al menor porque el mayor cayó en desgracia)  como sus sucesores; hasta la pretensión de perpetuar gobiernos republicanos, como lo constituyó hasta hace poco el PRI mexicano, que no permitía a sus presidentes la reelección, pero sí la potestad  de nombrar su candidato a  sucederle (“el tapao”).

 En Venezuela parece inaugurarse una dinastía chavista como una mezcla de dictadura coreana con la farsa electoral del PRI mexicano. De aquí  en adelante se pretenderá que Venezuela tenga un presidente vitalicio o eterno, que será el líder de la revolución (no importa que haya fallecido) y los presidentes formal  y oficialmente nombrados que vendrían a ser, de hecho, presidentes  encargados; estos últimos se iniciarían con los nombramientos de Maduro y Arreaza como Presidente y Vicepresidente respectivamente; de este modo, el actual Vicepresidente, modificación de la Constitución mediante, sería en el 2019 el sucesor de Maduro, y así sucesivamente.

Es extraño el nombramiento de Maduro como su sucesor inmediato; aunque para nosotros, y en orden a lo planteado anteriormente, el verdadero sucesor es Arreaza.  ¿Entonces por qué no lo nombró desde un principio?, incluso, llegó a barajarse la especie de que después de ganar la elección del 10-O Chávez designaría a Arreaza como viceministro y, a renglón seguido, modificaría la Constitución para, ante la eventualidad de la falta absoluta del Presidente, permitirle al Vicepresidente la asunción del cargo en cualquier momento; cabe entonces adentrarse en el terreno de las hipótesis, en el cual, una de las más socorridas, es que Maduro es quien más y mejor garantiza  los intereses de Cuba, es decir, es el hombre de La Habana.

La otra decisión ilógica fue el empeño de negarle a Diosdado la posibilidad de asumir la presidencia aunque fuese por pocos días, como lo establece la Constitución y como lo previó el mismo Chávez cuando estipuló, al nombrar a Maduro como su candidato, que si aparecía alguna causa sobrevenida que lo inhabilitara, Maduro terminara el período y se convocara a elecciones tal como estaba previsto en la Constitución; sin embargo, ésta fue desdeñada, a pesar de que su normativa no desfavorecía la estrategia del Gobierno; y, otra vez en el terreno de las hipótesis la más manoseada es aquella que acusa a los Castro de frenar a los políticos chavistas que no demuestren abiertamente sus simpatías con el gobierno de la isla, lista que, al parecer, encabeza Diosdado.

Son hipótesis, pero si algún asidero pudieran tener sólo corroborarían lo que ya es un conocimiento y sentimiento generalizado, el rechazo a la injerencia de Cuba, y en rol de protagonista,  en los principales asuntos venezolanos. Lo más preocupante es que en Venezuela, hasta hace poco, sabíamos quien tenía la última palabra, pero ahora, con la ausencia de Chávez, la última palabra parece que la tendrá el mejor amigo de Fidel.

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