Según el DRAE, una acepción de dinastía es: “Familia en cuyos individuos se
perpetúa el poder o la influencia política...”; esa perpetuidad se asegura con
un mecanismo sucesoral que garantice la permanencia en el tiempo del poder o
influencia que se pretenda eternizar. Su marco natural es la monarquía y su
mecanismo más frecuente el nepotismo; sin embargo, al abolirse la monarquía en
la mayoría de los países donde existía, las dictaduras y los dictadores
sustituyeron a aquéllos.
Los mecanismos sucesorales varían desde reyezuelos con título de
presidentes, como la dictadura de Kim II Sum quien, a pesar de haber muerto,
todavía la Constitución de ese país lo reconoce como Presidente de Corea del
Norte, y a sus hijos (solamente al menor porque el mayor cayó en
desgracia) como sus sucesores; hasta la
pretensión de perpetuar gobiernos republicanos, como lo constituyó hasta hace
poco el PRI mexicano, que no permitía a sus presidentes la reelección, pero sí
la potestad de nombrar su candidato
a sucederle (“el tapao”).
En Venezuela parece inaugurarse una
dinastía chavista como una mezcla de dictadura coreana con la farsa electoral
del PRI mexicano. De aquí en adelante se
pretenderá que Venezuela tenga un presidente vitalicio o eterno, que será el
líder de la revolución (no importa que haya fallecido) y los presidentes
formal y oficialmente nombrados que
vendrían a ser, de hecho, presidentes encargados;
estos últimos se iniciarían con los nombramientos de Maduro y Arreaza como
Presidente y Vicepresidente respectivamente; de este modo, el actual
Vicepresidente, modificación de la Constitución mediante, sería en el 2019 el
sucesor de Maduro, y así sucesivamente.
Es extraño el nombramiento de Maduro como su sucesor inmediato; aunque para
nosotros, y en orden a lo planteado anteriormente, el verdadero sucesor es
Arreaza. ¿Entonces por qué no lo nombró
desde un principio?, incluso, llegó a barajarse la especie de que después de ganar
la elección del 10-O Chávez designaría a Arreaza como viceministro y, a renglón
seguido, modificaría la Constitución para, ante la eventualidad de la falta
absoluta del Presidente, permitirle al Vicepresidente la asunción del cargo en
cualquier momento; cabe entonces adentrarse en el terreno de las hipótesis, en
el cual, una de las más socorridas, es que Maduro es quien más y mejor
garantiza los intereses de Cuba, es
decir, es el hombre de La Habana.
La otra decisión ilógica fue el empeño de negarle a Diosdado la posibilidad
de asumir la presidencia aunque fuese por pocos días, como lo establece la
Constitución y como lo previó el mismo Chávez cuando estipuló, al nombrar a
Maduro como su candidato, que si aparecía alguna causa sobrevenida que lo
inhabilitara, Maduro terminara el período y se convocara a elecciones tal como
estaba previsto en la Constitución; sin embargo, ésta fue desdeñada, a pesar de
que su normativa no desfavorecía la estrategia del Gobierno; y, otra vez en el
terreno de las hipótesis la más manoseada es aquella que acusa a los Castro de
frenar a los políticos chavistas que no demuestren abiertamente sus simpatías
con el gobierno de la isla, lista que, al parecer, encabeza Diosdado.
Son hipótesis, pero si algún asidero pudieran tener sólo corroborarían lo
que ya es un conocimiento y sentimiento generalizado, el rechazo a la
injerencia de Cuba, y en rol de protagonista,
en los principales asuntos venezolanos. Lo más preocupante es que en
Venezuela, hasta hace poco, sabíamos quien tenía la última palabra, pero ahora,
con la ausencia de Chávez, la última palabra parece que la tendrá el mejor
amigo de Fidel.
sr. Villaroel muy interesante que haya abierto su blog!
ResponderEliminarmuy bueno
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