Las protestas que comenzaron el 12-2-2014 continúan (9-3-2014) con más pena
que gloria. Con pena porque el movimiento devino en uno anárquico que desvirtuó
su propósito, si es que alguna vez lo tuvo, y desacreditó su estrategia y
tácticas, perdiéndose el efecto de la reconquista de la calle mediante las
grandiosas marchas del 12, 18, 22 de febrero
y la apoteósica del 2 de marzo; y se adoptara la guarimba violenta y
estúpida como el signo más visible de la protesta. Con gloria, porque internacionalmente se pudo demostrar,
sin ningún género de dudas, que el gobierno de Venezuela es dictatorial y
forajido, porque no sólo oprime a sus ciudadanos sino que no respeta el derecho
internacional.
¿Cómo llegamos a estos resultados? Por falta de liderazgo. Leopoldo López y
María Corina Machado nos engañaron al convocarnos para reconquistar la calle y
luego cambiaron el propósito hacia el derrocamiento de Maduro. El objetivo
inicial era despertar a la oposición del letargo en que la MUD y Capriles la
habían sumido. Este objetivo se logró con creces pero para entonces, tercera
marcha, ya había dejado de ser el objetivo. El movimiento se anarquizó y respondió
a la violencia de la represión gubernamental con la de la guarimba; que los
líderes (tanto caprilistas como lopecistas) no se atrevieron a condenar ni desafiar y, en algunos casos, hasta
la justificaron.
La mayoría de los análisis sobre el futuro de la oposición política
conducen a una misma conclusión: ella deberá reorganizarse. ¿Cómo? Ya se asoman
algunas ideas, por ejemplo, la de unir en un solo movimiento opositor a
caprilistas y lopecistas; unión que podría sellarse con un abrazo y una moneda
para lanzarla y saber a quién corresponde la presidencia en el nuevo gobierno.
La ironía no evidencia burlona seguridad sino real preocupación, pues por esta
vía podría llegarse a un paralelismo político entre Gobierno y oposición: en el
Gobierno, Cabello y Maduro como presidentes eternos; y en la oposición Capriles
y López como eternos candidatos.
Sin embargo, hay quienes consideramos que la MUD y las políticas y hombres
que las llevaron a cabo ya cumplieron su ciclo vital, ya no dan, ni deben dar
más. La MUD no debe ser maquillada sino transformada; y esa transformación debe
tener como eje la ausencia del monopolio de activistas políticos en las
instancias de dirección. La historia de la MUD es la de un eterno forcejeo
entre las diferentes fracciones políticas que la integran, por proporcionar a
sus parciales prebendas o posiciones que le depararan ventajas políticas al
partido que representan. ¿Anti política? No, anti politiquería.
Una reorganización de la oposición pasa, primero y prioritariamente, por
definir y caracterizar la naturaleza política del Gobierno: ¿Es o no una dictadura?
De la respuesta que se dé a esta interrogante dependerá el rostro y accionar de
la nueva oposición; una respuesta que debería darse en un espacio inclusivo y
diáfano para que en lo adelante cada quien sepa a que atenerse. ¿Quién tomaría las riendas de esa
reorganización? En mi opinión hay que darle a la MUD una última oportunidad
para que se vaya por la puerta grande, y que sea ella misma quien convoque a
los representantes de los diferentes sectores que habrán de transformarla. Una
nueva oposición así concebida se confundiría con una verdadera unidad nacional.
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