Escribo estas reflexiones cuando las guarimbas sólo han dejado cenizas no
renovables por el Ave Fénix, y la tarea humillante de barrerlas por parte de
los alcaldes opositores. Una vez más la oposición venezolana se ha derrotado a sí
misma, pero contabiliza en su haber dos victorias no desdeñables: reconquistó
la calle y nucleó la idea de que es imprescindible reorganizar la oposición. La
protesta con la calle, que no callejera, nos dará la magnitud del respaldo
popular a nuestros reclamos. En una dictadura la calle es el principal espacio
opositor, sin embargo, la oposición actual ignoró ese principio porque todavía
no admite la existencia de la dictadura. La MUD cree, todavía, que se puede
dialogar con los colectivos armados y con el Ño Pernalete de la AN. Es el
momento de escribirle su epitafio.
La oposición está tan acostumbrada a la derrota que luce ocioso analizar
sus causas; en este caso, sin embargo, la derrota extingue la vieja oposición y
nos exige una nueva; por eso aventuraremos algunas hipótesis con relación a sus
causas. La que más resalta es que la oposición no ha podido, más bien no ha sabido,
aprovechar las ventajas que le depararon las circunstancias políticas, y hasta
la providencia, porque durante todo este tiempo
creyó, o quiso creer, que adversaba a un gobierno democrático y
participativo; de ahí que su accionar se concretó en la espera de elecciones
orquestadas y desarrolladas por los partidos políticos; sólo ahora se habla de
dictadura, aunque todavía quedan algunos Julio Borges que recomiendan pisar
quedo, no vaya a ser que se despierte el “gigante”.
Con base en lo anterior, la oposición venezolana centró su esfuerzo en
aceptar y preparar un partido político (PJ) para que, eventualmente, asumiera
las riendas de un gobierno post Chávez; cuya estrategia se caracterizara no por bregar el
poder sino por esperar que se lo dieran; su juventud era (¿es?) su principal
arma, por eso, al igual que el potro de “caballo viejo”, podía dar tiempo al
tiempo porque le sobraba la edad. Pero advinieron las sobrevenidas: la muerte
del caudillo y de la democracia venezolana. La dictadura, desnuda, se hizo más
nítida y obscena. Frente a esto, una parte de la oposición decidió, asumiendo los riesgos, abandonar el
chinchorro y protestar en la calle y con la calle, para hacer verdadera
oposición. Muchos les creímos y apoyamos.
La reconquista de la calle fue todo un éxito, aunque ensombrecido por el
número de víctimas (heridos, muertos y detenidos); cada marcha superaba la
anterior hasta llegar a la apoteósica del 2 de
marzo. Sin embargo, en cada nueva marcha los propósitos y mecanismos de
la protesta también fueron cambiando; algo parecido a una consigna del “mayo
francés de 1969”: “Cuando ya sabíamos todas las respuestas, nos cambiaron las
preguntas”. Fuimos convocados para tomar la calle, y terminamos queriendo tomar
el Gobierno; nuestra fuerza comenzó por evidenciar la magnitud de la marcha, y
terminó por hacer proliferar, sólo en el este de Caracas, la inútil y
perjudicial guarimba. Los líderes que convocaron a reconquistar la calle son
responsables de que ese propósito se haya desvirtuado.
Los acontecimientos políticos de los meses febrero y marzo terminó siendo
una escaramuza entre dos fracciones al interior de la MUD, o mejor, al interior
del partido PJ y sus aliados por cuestiones de liderazgo; el enfrentamiento con
el Gobierno fue un intento por, como se dice en ajedrez, “comer al paso”. Sus resultados
permiten identificar a los perdedores
irreversibles: la fracción que representa al sector oficial de la MUD y,
especialmente, la estrategia desarrollada por Capriles: paciencia y votos. En
el futuro político inmediato, esta posición ya es historia.
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