La política económica de los gobiernos de los últimos 15 años ha permitido
la mayor estafa y despilfarro de toda la historia. Esto ha sido posible porque
convergieron en este período la mayor riqueza petrolera con la mayor impunidad judicial: conculcación
de los poderes públicos por parte del Ejecutivo, en otras palabras, robaron
tanto como los gobernantes anteriores lo habían hecho, sólo que hubo demasiado
para robar y con total impunidad. Se legitimó el robo como mecanismo
distribuidor de la riqueza, y la impunidad como patente de corso. Lo que sí
puede asegurarse es que son los ladrones venezolanos con la mejor de las suertes.
Quizás el mejor ejemplo de lo anterior sea
Cadivi, porque engloba de manera superlativa las magnitudes de la
riqueza mal habida y el nivel de inmoralidad exhibido por parte del Gobierno de
turno, de sus partidarios y hasta de la
llamada oposición democrática. A Cadivi le fue estafada en solo dos años
(2011-12), según funcionarios del BCV, la cantidad de 20 mil millones de
dólares, cifra cercana al 95% de las reservas internacionales. Desde entonces
el Gobierno anterior y el actual han prometido una lista de los responsables
que, sabemos, no se conocerá porque ambos gobiernos están involucrados. El
episodio, más bien, ha ingresado a la lista de “Robos perfectos” de manufactura
Socialismo Siglo XXI.
Pero más allá de lo escandaloso del robo (Cadivi ha pasado a ser emblemático por su obscenidad e impunidad) lo que más daño causa
a la nación es la pretensión de que la práctica corrupta sea legitimada
mediante la acción de inscribirla dentro del legado de Chávez porque, de otro
modo, los partidarios de la revolución tendrían que admitir que la política “cadivista”
no sólo se practicó con conocimiento del líder, sino también con su anuencia. ¿Será
por eso que Ramírez, Cabello y Rodríguez, entre otros, pregonan con entusiasmo
digno de mejor causa el “éxito” de la actual política económica?
Del desastre económico hay dos cosas que no se pueden negar ni ocultar: su
magnitud y su paternidad; es el robo más grande y descarado que haya sufrido el
país durante toda su historia y el padre
de la criatura se llamó Hugo Chávez,
dado el carácter personalísimo de sus Gobiernos; y es imposible revertirlo a
corto plazo porque los responsables de tal tarea (la revolución ideologizada)
no se atreven a cuestionar la raíz del desastre económico. Prefieren una
revolución inmolada a una rectificada. Para ellos la revolución, al igual que a
la suegra en la canción, “hay que enterrarla boca abajo, por si se quiere
salir, que se vaya más pa’ abajo”.
En los últimos 15 años al país le robaron o malversaron cerca de un billón
de dólares, pero a la nación le robaron algo mucho más preciado: una revolución
que significó la más factible esperanza de un cambio progresista, la revolución
chavista ha sido el descrédito de sí misma; por eso, cuando cambie este
régimen, porque inexorablemente tendrá que cambiar, ya no se volverá a hablar
de revolución, socialismo, ni de nada que recuerde positivamente ni a Chávez ni
al chavismo, porque ya nos habrán quitado la posibilidad de ser mejores, es
decir, de soñar con otra revolución; a menos que las fuerzas progresistas
dentro de ella decidan hacer algo al respecto. ¿La última utopía?