El Gobierno y la oposición tienen dos cosas en común: el fracaso de sus
respectivas gestiones y la renuencia a reconocerlo y admitirlo. En el Gobierno,
a pesar del desastre que revelan los indicadores económicos y políticos, no
dudan en calificar de exitosa la gestión gubernamental de los últimos tres
lustros. La oposición, por su parte, ha conformado una diáspora oposicionista
que comenzó por aglutinar (no unir) a diferentes partidos políticos para
terminar, actualmente, con la pugna de dos facciones del partido que ejerce la
hegemonía en el organismo opositor y, por supuesto, cada facción culpa a la
otra, con lo cual ambas se consideran exitosas.
Asumamos que en ambos casos se reconoce el fracaso pero no se admite; la
pregunta obligada es, ¿por qué? En el caso del Gobierno tal reconocimiento
supondría admitir la culpabilidad del principal responsable: Hugo Chávez, con
lo cual el legado dejado por éste se convierte en un anti valor; en otras
palabras, de admitirse tal responsabilidad la Revolución Bolivariana expiraría
formalmente, ya que de hecho ya se dio. ¿Se puede responsabilizar a Chávez sin
qué la leyenda se resienta? Sí, con una autocrítica post morten que haga
aflorar los testículos que se escondieron mientras el “gigante” vivía.
La oposición fracasó rotundamente, pero no la MUD. Ésta logró su propósito:
organizar y desarrollar una hegemonía partidista opositora. Han sido tan
eficientes en esa tarea que actualmente las fuerzas políticas que se disputan
el control de la oposición provienen de una misma agrupación política
partidista: Primero Justicia. En este sentido debe recordarse que cuando se
hicieron las primarias para elegir al candidato opositor a la presidencia de la
República, Capriles y López unieron sus capitales electorales para asegurar el
liderato opositor dentro de la MUD. ¿Cómo frenar este monopolio opositor de PJ?
Creando una unidad nacional que supere
la hegemonía partidista. Urge, para quienes no nos chupamos el dedo, crear un
Frente Nacional Unitario en donde los partidos sean unos más entre sus pares.
Hay que pedir la renuncia a la directiva de la MUD, no sólo por lo que ya
se adujo en los párrafos anteriores, sino porque este organismo carece de
legitimidad porque usurpa la representación política de la oposición. En
efecto, la MUD se crea para organizar las candidaturas electorales opositoras,
dada la infraestructura organizacional partidista ya existente; pero en ningún
momento se le atribuye la potestad de orientar la política de la oposición;
tanto más si se toma en cuenta que la estrategia propuesta por la MUD a tales
efectos consistía en adormecer a la oposición y despertarla un mes antes de la
elección correspondiente. ¿Quién otorgó a este organismo tal facultad? Nadie,
de ahí que la consideremos usurpadora.
La MUD ha fallado en su pertinencia y eficiencia. En lo primero porque se
atribuye responsabilidades que no le competen, como es orientar y administrar
el actual acontecer político de la oposición; y lo segundo, porque la actual
lucha de este organismo es consigo mismo, es decir, su principal preocupación
es un pleito de familia que el Gobierno observa con total beneplácito. La renuncia
de la directiva de la MUD no es sólo un trámite administrativo sino un
imperativo moral. Bien, ¿pero quién se
encargaría de las responsabilidades electorales de la oposición? Ella misma,
mediante una unidad nacional. Las recientes elecciones de las alcaldesas de San
Cristóbal y San Diego nos dieron una lección: no se votó por partidos, sino por
convicción ciudadana; antes, sin embargo, hay que pedirle la renuncia a la
directiva de la MUD. Que devuelvan lo que nunca tuvieron: el liderazgo
opositor.
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