Se atribuye a Paracelso la siguiente frase: “Nada es veneno, todo es
veneno; la diferencia está en la dosis”. No pretendemos analizar ni la alquimia
ni la ciencia del ilustre sabio, esa es para mí una camisa que supera, con
creces, las once varas; sino más bien destacar el paralelismo que parece
existir entre el postulado médico y el político. En efecto, así como en la medicina hay productos venenosos
que con una dosis adecuada pueden curar, hay en lo social sistemas y
concepciones que al pretender curarnos terminan por envenenarnos; nos referimos
a los sistemas capitalista y socialista.
Ambos sistemas pregonan y defienden su bondad, pero a costa de negar la del otro; y
para alcanzar ese objetivo distorsionan las dosis de socialismo y capitalismo
haciendo más poderoso e inmunes sus respectivos venenos: el capitalismo es
necesario y, junto con él la existencia y necesidad de la propiedad privada; el
socialismo también es necesario y, junto con él la libertad ciudadana y el
respeto a las minorías. La hipertrofia de las dosis produjo ejemplos aberrantes
en ambos sistemas: el capitalismo colonizó, esclavizó y sembró de miseria a los
pueblos que a él se opusieron, y se oponen; la práctica “socialista” sólo ha
servido para entronizar dictadores de la talla y talante de Stalín, Mao, Kim
Jong, Castro y Gadafi.
El capitalismo y el socialismo son venenos que no sólo pueden coexistir
sino que se necesitan para poder hacerlo; pero hay un elemento que distorsiona
la naturaleza de ambos: la corrupción. Ésta rompe el equilibrio que debería
mantenerse en la posología de las dosis; para los capitalistas más mercados,
incluidos los socialistas; y para los socialistas una mayor individualización
de los beneficiarios de la riqueza estatal y menos libertad para las mayorías. China
es el mejor ejemplo de la coexistencia con ventajas para el sistema
capitalista.
En 1998 la mayoría del pueblo venezolano diagnosticó, protestó y rechazó la
hipertrofia de la dosis capitalista (Neoliberalismo) y pretendió corregirla mediante
una nueva Constitución (1999); y allí comenzaron los problemas: se blindó la
dosis socialista (seis años de período presidencial, más la posibilidad de doce
mediante la reelección inmediata) y sólo se previó ante posibles distorsiones
de la receta socialista un impracticable artículo constitucional (350). En lo
personal creo que los constituyentes jamás pensaron que hubiese gobernante que
contrariara los principios democráticos y tirara por la borda tanto apoyo y
riqueza que requiriera activar el 350; pero lo hubo, y se llamó Hugo Chávez.
La desaparición física de Chávez ha producido una situación similar a la de
1998, pero en sentido contrario. Ahora la dosis que se ha hipertrofiado
malamente es la socialista. Han arruinado al país, la corrupción e
incompetencia campean por sus fueros y la justicia sigue a la orden (o más bien
a los pies) del Ejecutivo. ¿Se puede equilibrar la dosis y la posología
socialista para salir del atolladero? Sí, pero la voz cantante la tiene el
chavismo, pues si persisten en justificar el desastre que dejó Chávez, estarán
eliminando toda posibilidad de coexistencia. La consigna dice:”Chávez vive, la
revolución sigue”, pues bien, para que la revolución siga es necesario terminar
de enterrar a Chávez. No hay otra.
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