domingo, 13 de noviembre de 2016

“El americano feo”

El título refiere a un “best seller” de los años sesenta del siglo XX (Lenderer y Burdike, 1959), en el cual se describe la arrogancia, abuso, ignorancia, mal gusto, “patanería” y otras lacras de las cuales se sentían muy orgullosos los estadounidenses de la época.  En la política y la economía el sentir y ser de estos ciudadanos era claramente excluyente; prueba de ello fue el extrañamiento conceptual del gentilicio americano si sus coordenadas no cuadraban dentro de Canadá por el norte y México por el sur. Todavía hay quienes consideran, mi nieto por ejemplo, que los mexicanos  no son norteamericanos. En lo ideológico también se hizo sentir lo bueno y lo malo del “americano” feo, y,  al tener que elegir la opción de cursar postgrado en el extranjero, rechazamos  hacerlo en los Estados Unidos, aunque era donde más  se había desarrollado nuestra especialidad, pero también  donde corría el riesgo de comulgar con el Imperio. Mocedades de sarampión rojo.

Bueno, el Americano Feo  ha regresado. Se llama Donald y acaba de ganar la presidencia de los Estados Unidos.  ¿Por qué? Porque el estadounidense genuino lo es también el  feo. Egoísta, pragmático y palurdo.  En una retrospectiva de presidentes republicanos recientes pueden encontrar con facilidad que los que han dejado huella (positiva o no) se ubican en el perfil que hemos esbozados: Reagan y Bush, que no tuvieron reparos en declararse incultos, es decir, de proclamar su fealdad gringa. Por eso  Trump, a pesar de no tener pedigrí  republicano pudo llegar a las clases y grupos más estadounidenses, obreros y clase media baja. Por eso no tuvo reparos en embaucar las encuestas, o más bien a los encuestadores.  Trump fue leal  hasta con las estupideces; yo las pienso, yo las digo y, además, asumo la responsabilidad frente a la burla o el epíteto. El estadounidense feo también habla inglés.

Se ha especulado acerca de un supuesto paralelismo político entre la figura del recién electo presidente estadounidense  y la del ex presidente Chávez. Creemos que no existe tal paralelismo, excepto en lo que respecta a sus manifestaciones escatológicas.  Ambos no escatimaron en sus respectivas áreas de gestión política el cultivo de la grosería amparados en un poder económico de origen hereditario en el primer caso y de una circunstancia política en el segundo. Chávez no pudo ver el desmoronamiento de su poder económico, en cambio Trump terminará su mandato (largo o corto) sin que se vea afectado su patrimonio económico. En este sentido es importante destacar que el poder económico administrado por Trump es de carácter estatal; en cambio ese poder en el caso de Chávez era considerado y administrado como uno de tipo personal.


Otro de los elementos que distinguen ambos políticos  es su actuación en el ámbito de las relaciones exteriores. En el caso de Chávez éste jugó fuerte en política exterior e influenció el pensamiento político durante los dos últimos lustros del siglo XXI. Su acción política fue de tipo personal. No podemos ni debemos especular sobre el comportamiento de la política exterior de Trump, pero podemos aventurar que ésta no diferirá mayormente de la que ya ha evidenciado los ex presidentes republicanos que le han precedido.  

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