Mires (Mires,
2016) , al tratar de analizar los posibles errores de la estrategia de la
oposición política venezolana señala: que estos pueden sintetizarse en los siguientes: “el primero dice que la acción política depende de la definición del
régimen. El segundo: que la MUD está obligada a tener un plan “B” en el caso de
que fracase el RR-16”. El primero fue costosamente practicado durante el
fallido intento de activar el RR. La oposición creyó ingenuamente que una
dictadura puede entregar democráticamente el poder. El Gobierno estuvo
dispuesto a entregarlo todo excepto el poder; de ahí que lo más álgido del RR
no giraba en torno al contenido sino a
la fecha de su realización. Más allá del 2016 el Gobierno se jugaba un cargo,
dentro del 2016 el Gobierno se jugaba todos los cargos, es decir, el poder.
Con relación al
segundo error, Mires lo percibe como una supuesta obligatoriedad de presentar
un plan “B” (suerte de objetivos alternos) ante la posibilidad de que no se
logren los objetivos principales. Posiblemente el planteamiento resulte en lo
teórico y en lo general, pero si se contextualiza en la Venezuela de hoy lo más probable es que no encontremos
evidencias de planificación alguna. De hecho, en todo el período
“revolucionario” tanto la democracia representativa como la dictadura sólo
presentan un concierto de improvisaciones. Por eso no es cierto que la oposición haya sido
obligada, alguna vez, a tener como seguro resguardo un fulano plan B.
Lo que sí debería
ser obligatorio para la oposición es la presencia de un protocolo que asegure a
las decisiones tomadas por la oposición la consecución de los objetivos
previstos. En vez de pensar en un naipe escondido “bajo la manga” debe
considerarse, previamente, la secuencia
de acciones que establezcan la relevancia,
pertinencia, factibilidad (correlación entre lo deseable y lo posible), y la viabilidad. Algo parecido a los buenos
ajedrecistas que conciben y practican, hasta por cinco pasos, las jugadas que conduzcan al jaque mate del
adversario; totalmente en contrario a los malos políticos de la MUD, que sólo
llegan a percatarse de los efectos de sus decisiones mucho tiempo después de cuando ya las estemos padeciendo.
A partir de
noviembre del año en curso la confrontación entre el oficialismo y la oposición
se agudizará; ésta tendrá una gran oportunidad, ¿la última?, pues controlará el
patio (la Constitución) y la bandera (el voto). En lo futuro es muy difícil
concebir cambios constitucionales que no se concreten en opciones electorales, y que no puedan ser
manipulados por el Ejecutivo, el poder judicial (TSJ) y la misma MUD. Nos
estamos refiriendo a los cambios constitucionales: Enmienda, Reforma
Constitucional y Constituyente. Ninguno de estos procesos puede ser boicoteado
por el Ejecutivo, el TSJ, ni la MUD porque la Constitución previó la
posibilidad de que la propuesta de cambio pueda ser asumida como una
responsabilidad de un porcentaje de los electores. Será la actuación de la
democracia directa que supera a las instituciones ya citadas.
Lo anterior no
evita que la dictadura se comporte como tal, en ese caso se la debe enfrentar
como lo que es: una costosísima dictadura. Vale enfatizar, sin embargo, que el
propósito político de los cambios es evitar que se repitan los entuertos tanto
del oficialismo como de la oposición. Por ejemplo, los cambios con relación a
las elecciones presidenciales deben considerar la no reelección presidencial y y el balotaje; lo primero para “cortarle las
patas” a los pichones de dictadores; y lo segundo para evitar que alguien pueda
llegar a la presidencia sin tener un verdadero respaldo de las mayorías; y
otras observaciones importantes podrían aducirse en lo que concierne al CNE,
que no es imparcial y que es violatoria de la Constitución en lo que respecta a
la proporcionalidad de los resultados electorales.
No hay que
esperar al 2019 para preocuparse por estas cosas; de hecho, debimos comenzar
ayer.
Fernando Mires,
Noticias Universitarias: “Dos errores”.csarvillarroel8
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