Hay consenso acerca del carácter político del conflicto universitario,
porque Gobierno y oposición consideran que la realidad gremial y reivindicativa
ha sido superada por las implicaciones ideológicas del modelo universitario que
se propone (el socialista) y el ámbito nacional en el que se enmarca. No sólo
se pretende cambiar la Universidad sino al país; y todo ello al margen o en
abierta oposición a la letra y espíritu de la Constitución de 1999. Que el
partido de Gobierno pretenda y bregue
por la consecución de ese cambio es su derecho y deber; lo que sí es
incongruente es que la oposición acepte la gravedad política de la situación y
su dimensión nacional, pero la trate como un problema gremial y académico.
¿Por qué no se consulta ni se toma
en cuenta a los 7 millones y “pico” que no están de acuerdo ni con la
universidad ni el país de Maduro? ¿Se aceptará sin chistar una propuesta
universitaria que ignora y lesiona a la Venezuela no chavista?; ¿por qué se
obstaculiza la unidad nacional de la oposición?; ¿por qué se rechaza la
colaboración de los no universitarios, como ocurrió durante la marcha
estudiantil?; ¿por qué la oposición sigue sin oponerse a los desmanes del
Gobierno?
La oposición debe hacer suyo el problema universitario, pero no bajo la
dirección de la MUD; la respuesta a las pretensiones chavistas de Maduro y Calzadilla debe darla un frente
nacional en defensa de la Universidad y el país. Es necesario y urgente
constituirlo como la única trinchera que puede frenar los abusos del chavismo
que, pese a la Providencia, sigue en plan hegemónico. Las elecciones del 8-D
son una oportunidad extraordinaria para constituirlo: admite una tarjeta única
e inclusiva que minimiza los efectos negativos de la intervención partidista, y
no admite (o no debería admitir) liderazgos nacionales ni partidistas.
Los votos que se emitan en respaldo de la tarjeta única seguirán, después
de contarse, siendo propiedad de la gente que respaldó la tarjeta única; sin
embargo, no ocurre así durante las elecciones presidenciales o de gobernadores
porque los candidatos a tales (ganen o pierdan) tienden a apropiarse de los
votos obtenidos por su candidatura y los convierten en su capital político y
electoral.
Chávez y Capriles han sido los ejemplos más recientes, pero con una gran
diferencia: mientras el primero si era propietario de esos votos porque los
votantes chavistas sólo eran “testaferros electorales” del caudillo; el
segundo, en cambio, no es dueño de nada porque su liderazgo fue, y es,
negociado. Capriles pretende ser vocero, ideólogo, estratega y, por supuesto,
candidato eterno de la oposición; pero estamos cansados, no sólo de los
candidatos eternos, sino de la eterna política de la oposición. ¡MUD, te sale
cambiar!
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