Después del 2005, cuando la oposición
decidió abstenerse como protesta en las elecciones
para elegir los miembros de la Asamblea Nacional, siempre hay un grupo de
oposicionistas radicales que en la víspera de cada una de las sucesivas
elecciones realizadas hasta ahora se cuestionan si vale la pena votar, dada la parcialidad
del CNE y el abusivo comportamiento del Ejecutivo. En una democracia siempre
vale la pena votar; así como el abstenerse nunca lo valdrá, a menos que se
pueda demostrar con apoyo popular que concurren
situaciones extraordinarias que la justifiquen.
Por ejemplo, si se pudiera demostrar que en la Venezuela de hoy se llenan los
extremos que exige la Constitución para activar el artículo 350 que
textualmente expresa: “El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana,
a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe
los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos
humanos”, se tendrían que rechazar las elecciones hasta tanto se restituya
el orden democrático. Demostrar el abuso, es ganar el derecho de rechazar al
abusador.
El 14-4 la oposición llamada democrática no pudo, o no supo, demostrar que el
proceso había sido fraudulento. Primero adujeron que habíamos ganado pero sin
presentar las actas correspondientes; después se pidió una auditoría que no
supieron delimitar y, por último, una
revisión de los cuadernos que no fue atendida; al final se impugnó la elección
con más argumentos que pruebas. De hecho, los argumentos y pruebas fueron apareciendo
por descarte, lo que reveló la ausencia de una reclamación pensada y planificada.
Definitivamente, el reclamo de la oposición fue improvisado; pero si quieres
enmendar el yerro oblígalos a hacer trampa inundando el 8-D las urnas electorales con el voto opositor.
Ya no es pertinente preguntarse si vale o no la pena votar; la pregunta
correcta es cómo asegurar que esto valga la pena. Depende de dos condiciones:
que mi voto se integre a una plataforma unitaria y que los intereses
partidistas se supediten al propósito e interés de dicha plataforma. La
oposición venezolana ha fallado en ambos casos: su unidad es sólo partidista,
de ahí que se nutre, principalmente, de militantes y simpatizantes; no es una
unidad ciudadana. Al ser la MUD una
estructura de partidos, éstos no se sienten obligados a respetar los acuerdos
que no convengan a sus intereses, como ocurre con la no aceptación de la
tarjeta única y candidatos preseleccionados.
Mientras no se piense el camino, no se podrán aprovechar las
circunstancias. La piedra de tranca (como se dice en el juego de dominó) sigue
siendo el individualismo partidista, con el agravante que desde hace mucho
tiempo nos “ahorcaron el doble seis”.
César Villarroel Castillo
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